Sunday, August 9, 2009

Rescate en Familia

José Musse

Salimos a pasear en familia, pero decidimos detenernos por un breve momento en “Baby R Us” Mi esposa sabía exactamente lo que necesitaba. Era una semana copada de tormentas y fuertes lluvias, algunas pendientes por azotar ese día, sugerí que lo mejor sería que mi hijo Carlos se quedara con nuestra hija Michelle en el vehículo, mientras nosotros íbamos rápidamente a comprar lo que necesitábamos, de todas maneras no demoraríamos.

Dejamos la llave conectada para que Carlos pudiera escuchar música.

Caso contrario sacar el cochecito del bebé en plena tormenta y copiosa lluvias nos demoraría y la expondría a mojarse. En tormenta, el agua aunque cae verticalmente es sentida horizontalmente por los efectos del viento y no hay paraguas que proteja.

Hasta ahí todo salió como lo planeábamos, compramos todo y mientras estábamos en línea pagando en el cajero, una desconocida llamada entro al celular de mi esposa, quien se negó a contestar. Aunque su número es privado, se han estado filtrando molestas llamadas comerciales.

Lo que nosotros ignorábamos es que había una emergencia en progreso que afectaba a la familia y esa llamada era para alertarnos de la situación. Con plena tormenta y lluvia cayendo a nuestra salida, le dije a mi esposa que se adelantara, que corriera en el estacionamiento hasta el auto para protegerse de la lluvia que ya había empezado, le dije que yo cargaría todos los paquetes. No había razón para que ambos nos mojáramos. Al llegar al auto mi esposa estaba gritando a mi hijo Carlos.

Él en un intento por cerrar las ventas cuando la lluvia empezó, distraído bajó del auto, dejó el asiento trasero y se le cerraron todas las puertas de nuestra Nissan Pathfinder, dejando encerrada y con la llave adentro a nuestra hija Michelle de tan solo seis meses.

El verano neoyorquino no amaina demasiado con las tormentas. Con todas las ventanas cerradas en verano, las temperaturas al interior de un vehículo pueden alcanzar los 40 grados Celsius, pudiendo ser mortal para las personas en su interior.

Nuestro bebe estaba en peligro, pero no parecía ser inmediato. Estaba nuestra hija tranquila jugando en su asiento de viajero. Un conductor en el estacionamiento que estaba observando todo, era él quien nos llamaba al celular a petición de nuestro hijo Carlos.

Llamamos a Triple A para que abriera el auto, pero nos dijo que no podría asistirnos antes de 30 minutos por no haber ningún operador en la zona de Whitestone en ese momento. El agua estaba mojando el teléfono celular y empeorando la comunicación.

Llamamos al 911, no podíamos esperar, era necesario que rompieran la luna y sacaran a nuestra hija. Michelle estaba siendo monitoreado por su hermano mayor, que la observaba desde la ventana, mientras lloraba y le pedía perdón y a la que a duras penas podía ver bien bajo los cántaros de agua que caían.

Michelle lloraba ahora, sus piernas estaban completamente mojadas. La deshidratación que sufría por estar en un vehículo completamente cerrado en verano estaba empezando. Ya no teníamos tiempo.

Decidimos actuar. Quería romper una ventanilla. ¿Cuál sería la mejor? Escogimos la de conductor que nos facilitaba el acceso a los controles automáticos del auto, la alarma impediría abrir la puerta desde atrás.

Intentaría romper la ventanilla del conductor. ¿Con qué? Estaba en un aparcamiento exterior lejos de la tienda. Ir y pedir ayuda requería un tiempo que no teníamos. Era ahora o nunca.

Di un golpe fuerte a la ventanilla, el vidrio templado solo hizo rebotar mi mano con la misma fuerza.

El conductor que nos asistía nos ofreció una pequeña lampa de camping. En ese momento deseaba tener mi hacha de cinturón y mis guantes de bombero.

De pronto Carlos dijo que su hermana estaba dormida. Eso hizo sonar la alarma en mi esposa y en mí. Mi esposa sabía que empezaba a desmayarse. Minutos después el riesgo de paro respiratorio y cardiaco eran inminentes.

Todo empezó a ocurrir en cámara lenta desde ese momento. De inmediato di tres golpes más, con toda mi fuerza y la ventana del conductor colapsó como si explotara.

La puerta fue abierta, la alarma desbloqueada, estaba yo sangrando profusamente. Tenía dos cortes hondos en mi mano izquierda y diversos otros cortes al intentar abrir la manija de la puerta bajo una pila de vidrio roto.

Carlos sacó a su hermana, desde la puerta posterior. Michelle salió ilesa, no había sido más que un susto para ella. Se despertó con el ruido y permaneció tranquila aunque asombrada por el escándalo.

El conductor me ofreció una toalla. Mientras mi esposa y mi hijo se aseguraban que nuestra menor estuviera sana y salva, yo me vendaba la herida que no paraba de sangrar. Había vidrio esparcido en todo los rincones de nuestro vehículo.

Mientras recogíamos los vidrios, llegó un patrullero. Contemple mi reloj, la hora. Habían pasado 23 minutos desde que la llamada al 911 se dio.

Demasiado para ser una ayuda efectiva. Los policías se marcharon luego de que los atendí. Quizá la tormenta los demoró.

Mi esposa quiso llevarme al hospital. Era evidente que necesitaba unos puntos. Pero debíamos irnos de allí. La familia estaba suficientemente conmocionada. Hubiera aceptado en otras circunstancias, si hubieran respondido bomberos o una ambulancia me hubiera marchado con ellos pero fue un patrullero, no entiendo ¿por qué? Qué parte de hay una bebé encerrada en un auto no les quedó claro.

El agua cayendo en el teléfono móvil no permitió una comunicación clara, la tormenta complicó todo.

¿Marcharnos de ahí? No sería fácil. Debí haber roto el vidrio del copiloto. Manejar en condiciones de tormenta sin luna en el lado del conductor es peligroso. Pero en ese momento no pensé bien, dado que de otra forma hubiera protegido el vehículo del agua y pedido a Triple A que lo remolcara a un taller.

El dolor no me dejaba pensar con claridad, esto además no era una rutina de emergencia que tenía un patrón reconocible para mí.

Mi esposa estaba nerviosa pero decidida a conducir. Ella es una extraordinaria mujer de temple. Manejar por varias carreteras de alta velocidad antes de llegar a casa e incluir una parada al hospital solo pondría en peligro a mi familia pues serían más carreteras a nuestro paso.

Mi esposa es una conductora excepcional, sobre saliente, pocos podrían competir en su habilidad de estacionar. Ni en cien años podría yo superarla. Solo cuando estamos en Lima puedo fungir de mejor piloto que ella, esa es una plaza en la que ella simplemente no intentará manejar nunca.

Ella condujo el auto mientras Carlos cuidaba de su hermana y yo hacía todo lo posible por detener una copiosa hemorragia que cubría toda una toalla de sangre y a la vez aparentaba que todo estaba bien. Si mostraba dolor, ella se dirigiría al hospital. Tenía vacunas contra el Tétano, Hepatitis, etc. Ella me interrogaba, yo respondía.

Simplemente no quería agregar más carreteras mojadas y sin ventana en nuestro día. Durante una tormenta los vehículos generan en las carreteras olas que hacen parecer a los automóviles en botes ligeros.

Si esa agua salpicando cae al rostro de un chofer, este fácilmente puede perder el control del mismo. Puso luces intermitentes de emergencia, se puso al centro de la carretera evitando los bordes que salpican y poco a poco todo fue saliendo bien.

En casa, todos sanos y salvos, bueno no en las mejores condiciones físicas en mi caso, pero con nada realmente serio. Todo fue calmándose.

Pude poner en práctica mis conocimientos de tratamiento pre hospitalario y curarme yo mismo. Después de todo llevo más de 20 años aplicando inyecciones a mi familia y a mi mismo cuando ha sido necesario. Poco a poco todo volvió a la normalidad y todo quedó como un mal recuerdo.

El lunes al sol.

Pasamos en familia todo el día conversando y riendo mientras disfrutamos de las calidas aguas del Atlántico en Howard Beach. No íbamos a dejar que un mal día nos arruinara nuestro fin de semana.

Lecciones aprendidas.

Como profesionales de la seguridad estamos acostumbrados a trabajar para terceros, pocas veces consideramos invertir en la seguridad de nuestra propia familia. ¿Cuántas veces al año escuchamos de casas de bomberos que fueron presa de las llamas? ¿Cuántas veces al año escuchamos de incendios en estaciones de bomberos?

Para estar al lado correcto de las noticias, de los que ayudan a víctimas y no al revés, suelo tomar varias medidas en el hogar. Extintores, detectores de humo, todos los años tengo algo nuevo que incorporar en casa, pero lo que me pasó el fin de semana pasado escapó a toda presunción mía.

La vida es frágil, puede cambiar en segundos y sin previo aviso. El verano en los Estados Unidos mata a muchas personas anualmente y a mí me sigue preocupando que hubiera pasado si mi esposa hubiera estado sola.

Mi hijo Carlos, de 16 años, 1.82 metros de estatura y que calza 52 pasó por una dura lección. No hay descuidos que no se paguen caros. Como adolescente acaba de recibir una fuerte advertencia de la vida, una llamada de atención. No puede distraerse ni subestimar situaciones. Hay que concentrarse en lo que se esta haciendo.

Mi esposa tendrá en breve dos juegos de llave y alarma. Una fija en su cartera y otra para usar en la conducción. Si se queda el vehículo encerrado podrá usar la llave de su cartera. Si se olvida de cartera y llave. (Duramente una mujer se olvida de cargar ambas) habrá una llave escondida y accesible desde el exterior del vehículo.

Confió más en una simple llave que en todos esos equipos automatizados con los que no se pueden negociar. La tecnología simple es siempre la más confiable.

Llueve o truene, nuestra hija no se volverá a separar de nosotros.

(*): Site del autor: www.josemusse.com

E-mail: jmusse@desastres.org